Mª Jesús

TESTIMONIO AGRADECIDO DE UNA AMIGA

PREGUNTAS CON RESPUESTA

Hay textos que cuando se piensan y se les da forma, surgen casi sin esfuerzo. Los hay que requieren de un trabajo de campo previo, una búsqueda de información y una preparación exhaustiva que sustente cada una de las afirmaciones que se incluyen. Los hay también que en lugar de hacerse con la cabeza, se redactan desde el corazón. Y éstos son, además de los más complicados, los más comprometidos. Precisamente, en este último grupo es donde ha de incluirse este artículo, ya que reflexionar sobre las Siervas de María es hacerlo sobre mi propia vida y experiencia. Es regresar a mi infancia, saber que el tiempo transcurre con rapidez, aunque los recuerdos permanezcan intactos; ser consciente de que estamos de paso y de que son las personas con las que compartimos un tramo del camino las que nos hacen comprender que la realidad no siempre se corresponde con lo que la sociedad trata de hacernos ver. Pensar en las Siervas implica, ante todo, volver a un pasado imborrable en el que la presencia de un grupo de mujeres de hábito negro e incomparable valía, me ayudó, aun sin ellas saberlo, a descubrir que el amor es el olvido del yo y el principio, la razón y el fin de todo.

 

Nunca olvidaré aquel día de otoño cuando, llevada por mis padres, crucé por primera vez la puerta del Antiguo Palacio del Marqués de Mancera de Úbeda. Apenas tenía cinco años. La Sierva encargada de abrir la puerta se llamaba sor Rosario. Aún puedo vislumbrar a la perfección su rostro, su enérgico gesto, su sonrisa y, pese a su ceguera, sus ágiles y rápidos movimientos al ir en busca de la madre superiora, que por aquellos años era sor Carmen Molina. Poco a poco conocí a todas las religiosas que constituían la comunidad de la Ciudad de los Cerros. Fue el comienzo de una estrecha amistad que, con el paso del tiempo, propició que, cuando viajaba con mi familia por otras ciudades y veíamos la Casa de las Siervas, no dudáramos en llamar al timbre y saludarlas. Y curiosamente, mi pensamiento era siempre idéntico frente a ellas: qué era aquello que podía empujar a una mujer a renunciar a todo para elegir vivir en un convento vestida con un hábito oscuro, pasar las noches en vela al cuidado de enfermos desconocidos, vivir alejada de su entorno, hacer voto de castidad, pobreza y obediencia, y estar dispuesta a ser trasladada a cualquier lugar sin rechistar. Cómo podían ser felices con tan poco y qué recibían ellas a cambio de tanto sacrificio y abnegación.

 

Por aquellos años no supe discernirlo. Tampoco fui capaz de descifrar qué se escondía detrás de su mirada, ni qué clase de magia albergaban las paredes de las comunidades de su Instituto, generalmente grandes casas solariegas que con tanto esmero cuidaban, y donde, en muchas ocasiones, incluso acogían a niñas de familias con pocos recursos económicos durante la etapa de sus estudios de Bachillerato. Lo único que discerní entonces fue que su forma de vida me había conquistado. Y el tiempo se encargó del resto. Mi relación con esta congregación ha sido tan limpia que estas Ministras de los Enfermos han sido partícipes de los momentos más entrañables de mi vida, entre los que se incluyen las Bodas de Plata de mis padres y el acto de entrega del regalo del libro «Blanco Amanecer», que mi padre me dedicó con motivo de la celebración de mi Primera Comunión. Siempre, pese a la distancia y el paso de los años, me he sentido muy cercana a ellas porque les debo mucho.

Tanto como entender qué significa vivir el Evangelio, ser consciente de que dedicar tu vida a los más abandonados es saberse elegida; que pese a tantas noches oscuras que causan confusión, es saberse protegida; que la vida no es sólo un periodo pasajero, demasiado breve y a veces injusto, sino un lugar donde es posible sentirse pleno mientras se cuida al desvalido; que la austeridad es sinónimo de riqueza; que se puede ser feliz a contracorriente, y, sobre todo, que quien realmente desea encontrar y ver a Jesús, seguirlo, primero ha de renunciar a sí mismo. Las Siervas son mujeres que han optado por un modo de vida auténtico; son ministras y maestras; valientes y fuertes; pioneras desde su Fundación al poner en marcha una misión evangélica sin precedentes que pervive, pese a todos los contratiempos y la incomprensión social, intacta en su esencia y forma. Han transcurrido casi veintiséis años ya desde aquel primer encuentro y ahora comprendo claramente que ellas, pese a los muchos obstáculos que han tenido que salvar, sí supieron elegir qué camino seguir y cómo hacer, desde el silencio, el anonimato y la dedicación, que esta sociedad, a veces detestable, sea más digna, y conseguir que algunas de mis preguntas tengan respuesta.

MARÍA JESÚS MOLINA

Una respuesta a «Mª Jesús»

  1. COMPARTO CADA PALABRA Y SI YO QUISIERA AGREGAR ALGUNA PALABRA ME QUEDARIA CORTA YO TAMBIEN TENGO MUCHO PERO MUCHO QUE AGRADECER A LAS SIERVAS DE MARIA DE LA LAGUNA.BENDICIONES PARA TODAS POR INMENSA LABOR. QUIEN LES ESTARA ETERNAMENTE AGRADECIDA POR TODO.Maria Lima

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