Sor Manuela M.

 

                                            Historia de mi vocación  Sor Manuela

Quiero compartir con todo el que se acerque a estas páginas,cómo decidí ser Sierva de María.

En el profeta Isaías, encontramos: “estaba yo en el vientre materno y el Señor me llamó; en las entrañas maternas y pronunció mi nombre” Sin duda que la familia, los amigos, el ambiente… influyen,  pero cuando Dios quiere que le sigas, llama una y otra vez… aunque quieras darle la espalda… a la larga cedes. Dios insiste y tarde o temprano, si de verdad quieres estar en paz… tienes que seguir lo que te dicta el corazón.

 

Podíamos decir que para mí la primera llamada llegó cuando tenía muy pocos años y me preguntaban ¿qué quieres ser de mayor? Yo siempre respondía: “enfermera o monja”. En mi corta experiencia no veía posible juntar las dos cosas. Cuando tenía 12 años fueron las Siervas de María a mi pueblo, Moreda (Granada) y se animaron seis niñas, algunas amigas mías, para estudiar en el colegio que tenían estas religiosas en Úbeda. Como yo me encontraba pasando unos días con mis tíos, mi abuela habló por mí y en octubre me incorporaba al grupo.

 

Grande fue mi alegría cuando al hablar con las religiosas me enteré que mis dos grandes ideales de niña: “enfermera y monja” se unían en las Siervas de María. Y decidí ser una de ellas. Con 15 años yo lo veía todo claro, sin embargo mis padres me animaban a esperar un año fuera del colegio porque a ellos les parecía era demasiado joven para entrar en el convento. El argumento que les di les convenció: me iba con otra compañera del colegio al noviciado de Madrid, si lo hacía más tarde, me iba sola. Y cedieron. Pero Dios me tenía preparada una gran sorpresa, que a la vez era una prueba difícil para mí. Regreso de vacaciones y la compañera no volvió. Después de llorar y llorar ante una imagen de la Virgen comprendí que si había dejado a mis padres y hermanos, no podía ahora atarme a una compañera. Fue así como mi camino en esta nueva vida comenzó de manos de la Virgen,  a la que siempre he profesado un cariño especial. El 8 de diciembre, día de la Inmaculada, me fui al noviciado.

 

El tiempo fuerte de formación –noviciado y juniorado- lo hice en Madrid, luego volví a Andalucía. He pasado por muchas comunidades y en todas me he sentido muy feliz porque la vida fraterna y la misión es la misma: “Estuve enfermo y me visitasteis”  “Lo que hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Una misión dura pero bonita, humana, caritativa… pasas la noche al lado del que sufre, intentando que en la en la oscuridad y tristeza del enfermo se encienda un rayito de fe y esperanza. Les recuerdas que Dios los ama y no los deja solos. Aliviar al enfermo y animar a la familia entra en nuestro programa de vida. Cuidamos el cuerpo sin descuidar el cuidado del alma.

 

Os digo que vale la pena arriesgar la vida por El. Yo confié en las palabras del salmo 26 que dice “Espera en el Señor, sé valiente, ten, ánimo, espera en el Señor” y no estoy arrepentida. No se puede explicar con palabras la paz interior que se siente cuando terminas una asistencia, -es como nosotras llamamos a la atención del enfermo-, porque el paciente ha mejorado y la familia ya no te necesita o porque ha dejado este mundo y en esos momentos de dolor también has sido un gran apoyo para los familiares.

 

 Si quien lee este sencillo testimonio es una joven, le invito a ser valiente y a estar dispuesta a darle al Señor lo que Él primero le regaló. Si crees que vale la pena dedicar tu vida para aliviar y proteger a los más indefensos: “los enfermos”  de cualquier clase, condición social, lengua o religión. Si te has planteado qué podrías hacer para ayudar a los otros, te propongo conectar con varias frases del Evangelio hecho vida en esta Congregación: “Venid, benditos de mi Padre porque estuve enfermo y me visitaste”. “Lo que hiciste con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” y en el pasaje de la Visitación: “María se puso en camino y fue a casa de su prima Isabel para ayudarla”…  Las Siervas de María, Ministras de los Enfermos cubrimos gratuita y ampliamente esta parcela de la Iglesia. Salimos de nuestros conventos para cuidar al enfermo en su propia casa, en el hospital, clínica o residencia. Como nos decía el Papa Pablo VI: “No es el prójimo que sufre que va en busca de alguien que le asista…Es la Sierva voluntaria que va en busca de él, a su casa, al lugar de sus afectos y costumbres para poder atenderlo en su enfermedad…”

 

¡Anímate! Dios te ama y te espera. El se ha fijado en ti y te dice:

“No tengas miedo que yo estoy contigo”

 Sor Manuela Montalvo

            S. de M

Manuela 2

 

 

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