125 Aniversario de la muerte de madre Soledad

24 Ene

Metidas de lleno en la celebración del 125 Aniversario de la muerte de Santa María Soledad y al cumplirse el 42º año de su Canonización, nos satisface manifestar en esta página «retazos» de su santidad. Y qué mejor muestra y momento para transcribir algunos párrafos de la densa y maravillosa Homilía del Venerable y querido Pablo VI, en aquel bienaventurado día 25 de Enero de 1970. Gocemos recordando unos y  conociendo otros que así lo deseen, tan sabrosa exaltación.

«Ante la figura de Santa María Soledad y de la legión de sus hija nos sentimos en el gozoso deber de responder afirmativamente. Sin excluir que la interpretación de la vocación al perfecto y total seguimiento de Jesús Maestro admita, con las ya históricas y clásicas que han precedido el esquema de vida religiosa como el que tenemos delante, otras nuevas expresiones dignas de florecer en el jardín de la Iglesia y de salir al encuentro de las necesidades y en las formas de nuestro tiempo(…)

“[…] Surge espontánea la pregunta: ¿Cómo es la vida de María Soledad? ¿cómo es su historia? ¿cómo ha llegado a ser Santa? Imposible sin duda para Nos dar una respuesta a esta pregunta y hacer aquí el panegírico de María Soledad. En los libros que narran su vida, encontraréis el modo de satisfacer esta legítima y laudable curiosidad. Se trata por los demás de una vida sencilla y silenciosa que se puede resumir en dos importantes palabras: humildad y caridad. Toda una vida orientada en la intensidad de la vida interior, en la fatiga de la fundación de una nueva familia religiosa, en la imitación de Cristo, en la devoción a la Virgen, en el servicio de los enfermos, en la fidelidad a la Iglesia. Si la biografía de María Soledad no nos ofrece las singularidades frecuentemente aventureras y prodigiosas, ni la riqueza de palabras y escritos que distinguen otras figuras de Santas, su perfil manso y puro presenta algunas características que nos sentimos obligados a insinuar aquí. […]

No debemos olvidar un rasgo específico, propio del genio cristiano de María Soledad, el de la forma característica de su caridad, es decir: la asistencia prestada a los enfermos en su domicilio familiar; forma ésta que ninguno, así nos parece, había ideado de manera sistemática antes que ella; y que nadie antes de ella había creído posible confiar a Religiosas pertenecientes a Institutos canónicamente organizados. La fórmula existía, desde el mensaje evangélico, sencilla, escultórica, digna de los labios del divino Maestro: «Yo, dice Cristo, místicamente personificado en la humanidad doliente, estaba enfermo y me visitasteis» (Mt 25,36)

He aquí el descubrimiento de un campo nuevo para el ejercicio de la caridad, he aquí el programa de almas totalmente consagradas a la visita del prójimo que sufre. No es el prójimo que sufre quien va en busca de alguien que lo asista y lo cuide; no es él quien se deja trasladar a los lugares e instituciones donde el infeliz es recibido y rodeado de atenciones sanitarias sabia y científicamente predispuestas; es el ángel de la caridad, la Sierva voluntaria, quien va en busca de él, a su casa, al hogar de sus afectos y de sus costumbres, donde la enfermedad no lo ha privado del último bien que le queda: su individualidad y su libertad. No es todo esto una simple finura de caridad; es un método que indica una penetración aguda tanto de la naturaleza propia de la caridad, que es la de buscar el bien de los demás, como de la naturaleza del corazón humano, celoso de la propia sensibilidad y de la propia personalidad aún cuando recibe.

En todo esto hay un rasgo de sabiduría social que precede las formas técnicas y científicas de la asistencia moderna y que, por ser gratuitamente dada a cualquiera que tenga para pedirla el título del dolor y de la necesidad, nos demuestra una vez más la originalidad incomparable de la caridad evangélica. María Soledad se hace precursora y maestra de la más consumada solicitud asistencial y sanitaria de nuestro humanismo social. Todos le debemos estar agradecidos; todos debemos bendecir el servicio providencial que ella ha inaugurado.”

“[…] Estos sentimientos se hacen felicitación para las Siervas de María Ministras de los Enfermos, cuya Fundadora evoca y sintetiza la trayectoria luminosa de todo su Instituto y lo compromete a seguir las huellas de fe, de humildad y de servicio, huellas de un sendero que llevó a María Soledad a la jubilosa gloria beatífica.” (Del saludo del Santo Padre a los peregrinos, 25 de enero de 1970).



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