Santa Mª Soledad: 125 Aniversario de su Muerte

27 Sep

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Las Siervas de María les invitamos
 A participar en el Triduo
que con este motivo celebramos en
Honor a nuestra Fundadora:

>   Día 9 de Octubre Eucaristía, 19 h
Preside: Rvdo. P. José Antonio Rincón, S.J
Acto seguido: Vida y obra de Sta. Mª Soledad

>  Día 10 de Octubre: Eucaristía, 19 h
Preside: Rvdo. Don Francisco Moreno, Pbro.
Acto poético a cargo de Dña. Pepa Escobar

>  Día 11 de Octubre Eucaristía, 19 h
Preside: Rvdo. Don Carlos Coloma,
Vicario Episcopal de la Vida Consagrada
Acto poético-musical: Por Don Ramón Molina Navarrete, (Profesor, Poeta y Dramaturgo)

Se celebrará en nuestra Capilla:
C/ Santa Paula, 18
Tel. 954 56 07 42

Las intenciones de la Santa Misa por los enfermos
y familias bienhechoras de la comunidad

¡Nos es grato contar con su presencia!

¡Nos es grato contar con su presencia!

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nos disponemos a Clausurar las celebraciones del 125 Aniversario de la muerte de nuestra querida Madre y  Fundadora, Santa María Soledad. A lo largo de un año, hemos tenido la oportunidad y el privilegio de gozar más vivamente de su presencia e intercesión.

En fidelidad al hermoso carisma recibido, hemos intentado honrarla, ante todo haciendo memoria viviente de su ser de mujer creyente, valiente, humilde y práctica; de su santidad de vida, ansiando prolongar y dilatar la misión y espiritualidad desde una vivencia creíble y comprometida, donde el ser humano al que ella puso rostro divino, se sienta querido, atendido, dignificado.

Son muchas las iniciativas que se han lanzado y programado para evocar cariñosamente a tan gigante mujer, fundadora y santa. Todo ha contribuido para que  cada comunidad y personalmente cada Hermana, nos hayamos enriquecido, rejuvenecido y contagiado con la grandeza y finura de su sencilla y sólida espiritualidad.  Seamos cauces, savia viva que recorra los campos infecundos de una sociedad casi reseca y agrietada en sus valores cristianos.

Preparamos estos últimos días con la Novena a fin de que, unidas en la plegaria común, en la veneración filial y agradecida a tan entrañable Madre, la honremos como se merece, la alegremos con nuestras flores más sencillas y por ella tan apreciadas: humildad, caridad, paz y unión.

 

¡FELIZ DÍA PARA TODOS!

CON ELLA Y POR ELLA:

¡ALABEMOS AL SEÑOR,  BENDIGÁMOSLE  POR TODO!

  

“REMEMORANDO TU VIDA”                                                                      

A ti, Madre Soledad,
sierva y maestra de nuestra familia congregacional;
a ti queremos honrar y rememorar.
Tú, la mujer débil que de la flaqueza, sabes fuerza sacar.
Tú, que apoyada en sólo Dios,
El grano de mostaza supiste alimentar,
regando su raíz, robusteciendo su tronco,
extendiendo sus ramas hasta los mares navegar
y los océanos atravesar.
Tú, sobre tu fe de cristiana fuerte, levantaste pilares,
apoyaste manos y pies, construyendo hermoso y sólido hogar.
Con corazón grande, con esperanza firme y cariño maternal,
emprendiste una obra tal que, hoy en pleno siglo XXI,
sigue en pie dando frutos de amor, salud, paz y consuelo
al enfermo y al pobre en su soledad.

A ti, agradecidas, festejamos en este año el 11 de cada mes,
engarzando esa cadena de reconocidas y hermosas virtudes
que forjaron tu santidad.
Nuestra mejor ofrenda,
nuestra filial manifestación de fidelidad a tu legado espiritual, quiere ser éste:
Adquirir paso a paso,
Día a día, mes a mes un retazo de esa vida de fe
Que te hizo afirmar: ¡no, hijas,
la congregación no morirá!
Es una cosa muy grande.

 

“MARÍA SOLEDAD, MUJER FUERTE”

María Soledad, la mujer fuerte en su debilidad,
La mujer firme, confiada y audaz
Pequeña y sencilla, grande y noble por su humildad.
Gigante en sus empresas, la obra de Dios consolidará.

Evangelio vivo, Icono mariano, buen samaritano,
Sierva libre y alegre en su disponibilidad.
Presteza y agilidad, delicadeza y esmero levantan su vuelo
llegando al que sufre, sanando y acompañando al enfermo en su soledad.

Vivo retrato de la misericordia divina, del Jesús medicina;
De María, enfermera titular;
Delicada, solícita y eficaz.
Madre y maestra de una familia secular.

Encarna en su vida y carisma, el amor oblativo,
la belleza de servir en delicada gratuidad, a la dolorida humanidad.
Es la sencilla alegría de una entrega que sólo ansía:
Aliviar, confortar, infundir esperanza, transmitir paz.

Ser evangelio de la misericordia, mano sanadora, casa y hogar.
Carta abierta, escrita con mansedumbre, entereza y humildad:
Alienta, orienta, esclarece y exhorta con celo y afán de enseñar,
el arte divino, la forma suave del saber amar y estar.

Tu escuela, Madre, tu fidelidad y constancia,
tu santidad heroica en lo más sencillo y cotidiano
son, para tus hijas: estímulo y empeño que empujan la barca en alta mar
lanzándonos a remar, navegar y surcar.

Navegar, navegar, hay que navegar;
Remar y remar, remar sin cesar, surcando mares, lanzando redes
En nombre de Cristo que nos manda a pescar.
Navegar, navegar, hay que navegar;
Remar y remar, remar sin cesar, surcando mares, lanzando redes
En nombre de Cristo, la pesca se hará.

María al timón, la barca segura y ligera, a puerto llegará.
Tus hijas, las Siervas, dóciles y expertas,
harán la travesía sin vacilar.
La barca la guía el Gran capitán, Jesús de Nazaret,
el mejor pescador de la humanidad.

(Sor J. S.M – S. de M)

POEMAS RECITADOS POR
RAMÓN MOLINA NAVARRETE,
EN EL CONVENTO DE LA CALLE SANTA PAULA,
NÚMERO 18, DE SEVILLA,
EL DÍA 11 DE OCTUBRE DE 2012,
CON MOTIVO DEL 125 ANIVERSARIO
DE LA MUERTE DE
SANTA MARÍA SOLEDAD TORRES ACOSTA,
FUNDADORA DE LAS SIERVAS DE MARÍA,
MINISTRAS DE LOS ENFERMOS

 

 

A SANTA MARÍA SOLEDAD TORRES ACOSTA

Fue un frío diciembre de 1826
cuando el sol se adelantó a nacer. Llovía
por el viejo Madrid abierto a todos.
Antonia Acosta, encinta,
buscaba una posada en el Belén
de sus sueños, un pesebre de dichas
inmortales donde su esposo,
Manuel Torres, la llevara a la cima
del heno de su amor interminable.
Y de golpe el dolor, la espina
sobre el vientre. Y de pronto la paz,
la rosa sostenida,
la flor de terciopelo para el edén del viento,
la gota de rocío sobre la luna…, la niña
con nombre del Señor: Manuela.
Era el día 2 y parecía
asomar la primavera, como de novia,
por las profundas rendijas
de los elegidos.
Y creció Manuela a golpes de sencillas
acciones que alumbraban quietudes,
a siembras sin descanso repartidas,
a labranzas en forma de oración,
a cosechas de racimos y de espigas,
a llamaradas de ser la última del evangelio.
Y fue tanto su empeño, su medida,
que cuando don Miguel pensó en fundar
el grandioso instituto de Siervas de María,
ella salió al encuentro
y se hizo la elegida.
Siete debían ser las fundadoras,
como siete fueron los dolores, las heridas
en el alma de la Virgen.
Mas con el tiempo, solo perseveró, sencilla,
ella, la más modesta, la que apenas levantaba
los ojos de la humildad prendida,
la descalza muchacha nunca hiriente,
la doncella de pureza revestida.
Y se enterró en su nombre. Y se llamó
María Soledad…, para hacerse vida.
Y vida en la vida y por la vida fue.
Y se doy sin descanso. Y fue heroína
enfrentándose a la muerte
que andaba disfrazada de mendiga
con su capa de cólera y de escarcha.
Tanta escarcha que hasta la obra recién nacida
parece derrumbarse. El fundador se aleja.
Y sólo queda ahí, cual resplandor que brilla,
María Soledad, la más pequeña…,
la más grande de todas las monjitas.
Pero la niebla acecha. Jamás descansa el mal.
Y es duro el sendero. Y la orilla
del mar no tiene arena. Y la barca se hunde.
Y las olas se agitan.
Y la cruz cada vez se hace más cruz
y más la crucifican…
Pero ella más aguanta y más se entrega.
Y más caen sobre la tierra las semillas.
Y más flores renacen en el jardín del amor.
Y más santas se hacen las Siervas todavía.
La rosa se ha extendido
y sus pétalos de luz anuncian maravillas.
Fundaciones que abrigan esperanzas
de enfermos abrasados de agonías.
Y hasta más allá del viejo océano
llega el perfume de su divino carisma.
La Madre Soledad está feliz,
ve los labios de Dios besando sus mejillas
y a la Reina del cielo
guiándola en las noches de neblina.
La congregación ya no es un grano de mostaza,
se ha convertido en árbol donde anidan
las más hermosas aves del universo,
las palomas más níveas,
donde suenan los mejores cantos
y las más dulces sinfonías.
Pero el mal se vuelve a disfrazar de nieve blanca,
y se acerca reptando cual serpiente fría.
El Instituto relumbra en el horizonte
y la Madre Soledad…, es tan pequeña. Mira,
apenas mide la distancia de un suspiro,
su rostro anida arrugas, sus manos consumidas…
Mejor que venga otra a regir los destinos
de este Instituto. Otra más alta, más altiva…
Pero decidme: ¿cómo tiene la Madre Soledad
el aura de su entrega sin descanso ni aristas?
¿Y el corazón, y el alma, y la conciencia,
y la fe, y la ternura, y su sabiduría…?
¡Cuánto ciego, Señor! Y es que los ignorantes
nunca ven más allá de sus pupilas.
Pero la nieve cesa, se derrite cual gota de agua
bajo el sol del mediodía.
Y la Madre Soledad está menos sola que nunca,
ha recibido el total apoyo de sus amadas hijas.
Y, sin queja alguna, sin mirar atrás,
sin escozor que anide, la siembra continúa. Fija
su mirada al infinito, y sabe que es Dios
su más plena y hermosa compañía.
Y así, hasta beber la última gota del cáliz
y desangrar sus venas de mártir escogida.
Y ya está bien. Ya sólo falta romper la tela
del encuentro y pasear los dos, nubes arriba,
por los claros paisajes de la vida eterna.
La lucha en el Calvario se termina.
Nota el dolor en el costado, la frente sudorosa,
el cansancio quemándole los huesos, la asfixia…
Ya se acerca la hora. Las monjas se despiden.
Lloran en silencio. Rezan. Se arrodillan.
Y ella las exhorta: “Que tengáis paz y unión”.
En el reloj, las cansadas manecillas
forman el ángulo recto de las nueve en punto.
Entonces vuela un ángel con alas de alegría
y se lleva el alma de la Madre
entre aplausos y vítores de santos que se inclinan
al dejarla en las manos del Padre.
Todo es luz en la luz. La Madre del Señor, María,
la reviste con la túnica de la resurrección
y la lleva a sentar a la mesa de Cristo, que la invita
a gozar para siempre de su banquete eterno.
Mientras, aquí, en la Tierra, se persigna
la tarde escuchando el tañer tristísimo
de la campana del convento.
Ha muerto, bellísima
de alma, rota de cuerpo, la Madre de los pobres,
el consuelo del enfermo, la dulce melodía
para el silencio de la noche,
el ungüento santo que calma las heridas,
la huella imborrable que lleva a la esperanza,
el espejo de amor donde mirarse el día.
Un almanaque marca en la pared de la memoria:
11 de octubre de 1887.
De nuevo llovía.
Ahora, lentamente, en la cumbre del cosmos
y en el corazón de sus seguidoras compungidas.

                                         Ha muerto la Madre María Soledad   Torres Acosta.
¿Ha muerto? No.

Ya, santa, vive, está viva en medio de las que son por ella santas,

en medio de sus benditas hijas, las Siervas de María.

 

 

¿NO SABÉIS QUIÉNES SON?

  

 

¿Qué no sabéis quienes son?
¡Qué pena tanta injusticia!

Andan caminos de luna
para hacerse sol de vida.
De negro visten sus carnes,
de blanco el alma les brilla.
Andan despacio hacia el viento
que les besa las mejillas,
y, a su paso, hasta las sombras
de respeto se arrodillan.
Van en busca de un enfermo
que anda herido por la herida
de verse cansado y triste,
de comprender su medida:
esa de que somos nada
camino de la ceniza.
Esa que sólo la fe
puede ascenderle a la orilla
de ser por Dios, en sus manos,
llama de amores prendida,
hoguera que nunca acaba,
volcán de lava infinita.

¿Que no sabéis quiénes son?
¡Que pena tanta injusticia!

Ahí van -¿veis?-, en silencio,
camino de su vendimia.
Van en busca de las vides
como jardín que se cuida.
Van a recoger el fruto
de darse a Dios en sí mismas,
y hacerse en Él como madres
que a su pies se sacrifican.

Ahí van, en su misterio,
regalando la alegría,
poniendo sobre lo oscuro
campos sembrados de espigas,
alzando por los tejados
aromas de Eucaristía
y hasta convirtiendo en santas
las piedras por las que pisan.

¿Que no sabéis quiénes son?
¡Que pena tanta injusticia!

Ahí vienen, mirad, hacia
nosotros, cual limpia brisa,
cual palomas de paz llenas
de vida, blancas celindas
sobre al altar celestial.

Aquí están. ¡Dios las bendiga!

¿Qué no sabéis quiénes son?
Son las hijas de María
Soledad Torres Acosta.
Son las hijas preferidas
de la Madre de los cielos,
madre que fue concebida
sin pecado original.
Son las hijas de las hijas
de Dios creador de todo.
Las herederas más ricas
del reino del otro mundo.
Las más grandes y sencillas.

¿Que no sabéis quiénes son?
Yo os lo diré de rodillas:
son las vírgenes prudentes
con lámparas encendidas ,
las esposas del Señor.
¡Son las Siervas de María!

                                                                                                            (AUTOR:  RAMÓN MOLINA NAVARRETE)

A Madre Soledad

Em Madrid, de pedras e cinzas,

Rua da Flor Baixa, rua Formosa,

Nasce,  símbolo da Paz, uma Flor Alta,

– flor em flor num jardim de branco e rosa –

Nasce uma luz de eternidades, nasce

Madre Soledade Torres Acosta!

E nasce para mais tarde morrer.

Perdão. Viver! Que nela o mar de sombras

Só pousará seus lábios de frio

Para levá-la ao seio da glória.

E cresce para sempre renascer.

E cresce entre silêncios de papoilas,

Até dizer que sim, como Maria,

No repicar festivo de um voo de pombas…

Madre Soledade se faz «serva»

– escrava do Amor que em tudo aflora –

E se faz tão pequena em si mesma,

Que Deus a elege Madre Fundadora,

Marinheira de barca delicada,

Timoneira de tormentas e borrascas,

Jóia de essências vivas, perfumadas,

Bálsamo de feridas e angústias.

E vive em Deus a Madre… para nela

Marcar o tempo, um ritmo sem demora:

Funda, entrega-se, pede, cala, sonha…

Seu sonho,  é como lua esplendorosa,

Seu sonho é Cristo vivo e sofredor,

Que geme e chora,

Na carne do moribundo

E na alma sedenta pelas horas.

“Paz e União” é da Madre o lema,

Que exala do frescor de sua boca.

Está fraca, chagada, trespassada,

Consumida em si mesma, ferida, exausta…

É hora de partir, a luz se apaga!

No céu, há um rumor que sabe a boda

O Esposo já vem pelo caminho…

Ao encontro amoroso da Esposa!

Tudo no Céu é festa… e na terra,

Há tons dourados entre as coisas.

A Madre está abrasada pela febre,

Eleva os olhos, contempla, sorri e chora…

E adormece… nos lírios dos campos

Como nas ondas cochila o vento.

Soa um canto de lágrimas serenas

E ao longe…  um triste acorde de harpa.

Madre Soledade, sabei,  morreu.

Perdão. Vive! O mar de sombras

Nela pousou seus lábios frios

Somente para levá-la ao seio da glória!

(Autor: Dalila de Jesus)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2 respuestas a «Santa Mª Soledad: 125 Aniversario de su Muerte»

  1. Queridas Siervas de María, sois Luz del Mundo. Cada una de vosotras es una lamparita que brilla en la oscuridad del sufrimiento, de la enfermedad, de la muerte. El Espíritu de la Madre Soledad está con vosotras y os anima en cada noche pasada junto a Cristo que sufre en el enfermo. En vuestro cariño y atención el Señor nos muestra que la tristeza y el miedo no tienen la última palabra, que, al final, el amor triunfará.
    Que el Señor os bendiga,
    jordi

  2. Enhorabuena por el Triduo. Nos unimos todas las Siervas de María para dar gracias a Dios por nuestra Fundadora y por el regalo que le ha hecho a la Iglesia

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