
Nos disponemos a recoger un año jubilar, vivido entre el encuentro y el diálogo, la reflexión personal y el compartir comunitario. Confrontándonos y mirándonos en el espejo límpido de una mujer que nos cautiva, nos atrae y proyecta: ¡Santa María Soledad!
Esa santa de la puerta de al lado, como llama el Papa Francisco tan al natural. Porque así fue la Fundadora de las Siervas de María, ya en en siglo XIX, una mujer adelantada a la actualidad: samaritana domiciliar, en salida cada noche al hogar del paciente, del enfermo en su soledad. Y esa fue la bienaventuranza evangélica que encarnó en su esmerada misión y que sus Hijas, hoy en pleno siglo XXI, siglo de la peor pesadilla familiar, sanitaria y social que asola la humanidad, ellas, siguen los pasos que tú marcaste en tu tiempo, en el tiempo del Cólera, que no fue ni mucho menos mejor.
Por eso, por todo y por tanto, ensalzamos tu gigante y sencilla santidad, dedicándote estos humildes y tal vez desafinados versos, que han salido del fondo, fondo de nuestra admirada y reconocida gratitud.
“TESTIGOS DE AMOR, DE LUZ Y DE PAZ”
Seré tu testigo, Señor, Heraldo de bien,
mensajero de paz, profeta de amor.
Iré donde quieras, mi Dios. Llevando tu paz, brindando perdón
sanando heridas, también soledad.
Seré luz del mundo, Señor,
Luz que alumbre las noches del dolor.
Iré por la vida, Señor,
abriendo caminos, marcando senderos de felicidad.
Sierva de María, tu vida es misión:
Sé lámpara en la noche, aceite que avive
E inflame el fuego de la caridad.
Alumbra la casa, el hogar,
del enfermo solo, del paciente triste, que espera tu tiempo
Sierva de María, contagia la paz
ofrece calor, abriga al desnudo, reposo al cansado,
también un altar.