Su inspiración

«ESTUVE ENFERMO Y ME VISITASTE»    ( Mt. 25, 36)

El Espíritu del Señor, no cesa de soplar, aletear y despertar en la Iglesia sentimientos, carismas o gracias que toman formas concretas en personas disponibles y abiertas a su acción. Todo de cara a cubrir o remediar las nuevas necesidades, urgencias y marginaciones que van surgiendo en la humanidad y en la sociedad de cada época.

Sucede hoy, como ha sucedido en todas las edaBuensamaritano-siervades de la larga y gloriosa historia de la Iglesia. Así remontándonos al siglo XIX, descubrimos y constatamos un amplio, inmenso desplegar del Espíritu en el hombre y en su entorno. Inspira allí, alienta aquí, empuja y sostiene donde quiere y como quiere esa tarea renovadora, sanadora y redentora.

Uno de esos efectos, de esa fuerza vital y sanante, se deja sentir en aquel cura inquieto, atento y emprendedor llamado Don Miguel Martínez y Sanz. No descansó su celo apostólico de sacerdote y misionero, hasta dar “forma concreta” y material al “bullir” de esa inquietante  afirmación, tan comprometida como evangélica:  “estuve enfermo y me visitaste”.

Urgente misión caritativa que, unida al “cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos, Conmigo lo hicisteis”, conforman el carisma-misión de las Siervas de María.

En esta afirmación pronunciada por el mismo  Hijo de Dios, asienta toda la inspiración del Párroco de Chamberí. Para todo cristiano el “enfermo” es imagen visible de Cristo doliente,  es a Él a quien las religiosas que quiere fundar, intentarán servir, visitar y atender. Con esta elevada visión de fe y sentido de transcendencia, la Congregación escribe en sus Constituciones:

Estimaremos en su profundo valor la misión que la Iglesia nos ha confiado:

  • Atender con nuestra caridad a los enfermos
  • Ser portadoras del amor efectivo y sublime  con que Dios los ama
  • Sin distinción de clase social, de raza, religión o enfermedad y sin más preferencia que la mayor necesidad de los asistidos.
  • Les prodigaremos un cuidado solícito de misericordia, comprensión y entrega, para que ellos, a su vez, puedan descubrir en toda Sierva de María, a Jesús mismo, visitando y curando a los enfermos.

La Sierva de María, intenta ver   en  el hombre enfermo, al herido del camino, al samaritano de nuestros días, al  abandonado, al excluido, al “extranjero”  del siglo XXI.  Y lo ama en sí mismo, como a su prójimo, como al necesitado de atención, de amor, de aceptación de su deplorable situación.

La Sierva, le prodiga ese amor: Un amor humano que nace y se enraíza en un amor divino, misericordioso y compasivo. Por eso, acoge y responde a este clamor  sufrido y mendigo:

“Yo, dice Cristo místicamente personificado en la humanidad doliente, estaba enfermo y me visitasteis”   (Mt. 25, 26)

La Sierva de María, está, sabe estar, “acompañando la dura soledad del enfermo”, prodigándole una doble sanación y otorgándole la más eficaz medicina: la acogida (o compañía) y el amor.

BREVES DATOS BIOGRÁFICOS

El inspirador de la obra, como queda mencionado,  D. Miguel Martinez, nació en Zaragoza el año 1811. Se establece en Madrid, donde le adjudicaron el puesto de Capellán predicador y penitenciario de la Bóveda de San Ginés. Era un sacerdote ejemplar, inteligente y de grandes dotes humanas. En 1848 le encargaron  de Chamberí, que era un   barrio  de   labriegos, dispersos   por   minúsculos altozanos. Pronto este Barrio conseguirá la fama de ser el más castizo de la capital de España.   Tras  una  charla  entre algunos contertulios que frecuentan este lugar, en Junio de 1851, uno  se lamenta  de tener una hija enferma y no contar con quien la cuide.

D. Miguel, hombre sensible, un poco romántico y soñador, a quien nada se le pone por delante, cuando se trata de la gloria de Dios, se embarca en la «aventura» de Fundar un Beaterio y  con  siete mujeres que se dediquen a cuidar a los enfermos, sobre todo a los pobres,  en sus necesidades extremas y que sea en sus casas; sin cobrar nada, habrán de contentarse con las limosnas que les den y los donativos de personas piadosas. Tendrán que salir solas y de noche por las calles de la ciudad.

Se le considera en la Congregación, como es en verdad, el Inspirador de la misma y aunque no siguió al frente de ella como verdadero fundador, confió esta gran  misión a La Madre Soledad, recomendándole con palabras proféticas: «Quédate,  Soledad, porque si te vas la Congregación perece».  Él, siguiendo sus ansias misioneras, se embarcó a Fernando Póo con algunas Hermanas queriendo extender su evangélico proyecto allende el mar.

Fracasó en este su querer «abrir fronteras» y regresó a España donde  continuó impulsando el naciente Instituto y dándole todo el apoyo que él pudo.

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