5 Jun

PALABRA  en Carne VIVA 

Imagen en RecorteDomingo de  Pentecostés (A)

“Jesús se puso en medio y les dijo:
Paz a vosotros. Luego exhaló su aliento sobre
ellos y añadió: Recibid el Espíritu Santo”

Hechos, 2, 1-11; Sal. 103;
1ªCor. 12, 3-7.12-13; Jn. 20, 19-23
Los judíos celebraron la fiesta de Pentecostés, a los cincuenta días de la Pascua. Pero
sólo al regreso de Babilonia, empezaron a conmemorar en esa fecha la alianza con el Señor en
el Sinaí. Aquel domingo, bajo formas externas como el fuego y el viento que recuerdan la
alianza del Sinaí, el Señor realiza una segunda alianza con su pueblo, los cristianos.
Al celebrar nuestro Pentecostés, comprendemos que somos cristianos en la medida en
que vivamos esta alianza. Cuando pequeños, nos llevaron al templo para recibir el bautismo.
Tomamos luego conciencia de nuestro compromiso con el Señor y tal vez hemos vivido una
adhesión a la Iglesia. ¿Pero nos sentimos unidos con Dios, por un pacto de amistad? Al llegar
a la adolescencia, recibimos el sacramento de la Confirmación. Con este rito y por el Espíritu
Santo, aceptamos el amor de Cristo. Nos comprometimos a vivir según sus planes. Nos
acercamos a la Penitencia y a la Eucaristía. ¿Pero bajo estos signos, el cristiano pensante
toma posturas concretas ante el mal, ante el amor, ante su comunidad, acerca de la presencia
del Señor en el mundo?
Cuando la enfermedad nos anuncia el final, pedimos la Unción de los enfermos. Por
este sacramento reconocemos al Señor como dueño de la vida y de la muerte. Nos sentimos
salvados en su amor, proyectados a otra dimensión, capaces de empezar otra forma de ser,
otra forma de vivir. Muchos cristianos se comprometen además con el Señor y con la
comunidad por el matrimonio o por el Orden sacerdotal. Con su vida los esposos creyentes
hacen patente el amor de Cristo. Quienes reciben el Orden, se consagran al servicio de la fe y
de los Sacramentos, en favor de la comunidad cristiana. Sin embargo, estos signos
sacramentales no tendrán valor, carecerán de capacidad para anudar nuestra vida con Dios,
si en ellos no se hace presente la fuerza del Espíritu Santo.
ORACIÓN
¡Ven, Espíritu Santo!
Anima a todos los cristianos
a recorrer el camino abierto por Cristo.
Que nuestra alegría, lejos de apagarse,
se encienda una y otra vez con el calor de tu fuego divino.
Que los miedos cesen,
y se amortigüen nuestros llantos.
Que desaparezcan nuestros temores,
y brille, de una vez por todas,
el resplandor de la Verdad.
Que sea posible entendernos,
a pesar de nuestras discrepancias.
Que sea posible amarnos,
a pesar de nuestros caprichos y egoísmos.
Que sea posible respetarnos,
a pesar de nuestras ideas y genios.
¡Ven, Espíritu Santo! Amén.
Feliz, Pacífica y Fructífera Fiesta y Semana. José Gabriel.
Domingo
de Pentecostes (A)

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