Siervas de María Peregrinas 50 años

20 Jun

Destinos: Madrid y Roma

Con cuánta agilidad iniciaron este tramo, casi último, de un peregrinar que completará los 50 años de una andadura feliz, en fidelidad alegre, en alianza esponsal con el amor de sus vidas: el DIOS eternamente FIEL.

Fuerte, hermosa y profunda experiencia de fe en crecida. No es el final, es prolongación, empuje, vivencia y recarga de lo vivido con pasión para afianzarlo, recrearlo, proclamarlo y compartirlo. En comunidad, en familia carismática, 17 Hermanas de toda la geografía española, desde diferentes puntos de nuestra querida América, se concentraban en Madrid, en la Casa-Madre, la de los orígenes sólidos y auténticos. Del 21 al 27 de Mayo, nos acogen con esa apertura y hospitalidad tan característica como gozosa de quien se siente seno materno, cuna y sostén de la Congregación.

¡Qué respirar sano, fresco, natural, sobrenatural!  ¡Qué sabrosos días y qué empeño de nuestras queridas y privilegiadas moradoras brindándonos la riqueza, la savia, la paz y armonía de tan bendito y sagrado lugar, el hogar materno y fraternal: «Hijas, esta es la casa de todas».  Casa Madre, tus muros hablan, tus paredes amparan, protegen, tu esbelta Capilla con sus altares cargados de santidad y fe,  todos los rincones de tan entrañable morada, son eco que transmiten e invitan a la gratitud y serena confianza de quien se siente protagonista de la profética Madre Soledad: «Hijas, seamos las últimas piedras que se desmoronen de tan entrañable edificio».

Imposible describir la vivencia mística, fraterna, exultante de tan inmortales días! Allí se siente a la Madre por todo el espacio que envuelve tan acogedor ambiente: su persona, su espíritu, su fuerza y vigor, su ternura y mansedumbre, su tesón y audacia, su abandono en la Divina Providencia: «la Congregación no morirá». Así nos lo han hecho sentir y gustar desde la viva y sentida liturgia tan cuidada y deleitosa, estimulando y resaltando nuestra presencia peregrina; alentando nuestro caminar con toda la agilidad que merece seguir haciendo historia de amor,  carismática y familiar.

Y porque no es cuestión de narrar al detalle lo recibido, lo celebrado, lo cultural y religiosamente visitado, lo compartido dentro y fuera de este Barrio querido de Chamberí, sí es más que justo agradecer, bendecir y testimoniar lo que nuestro corazón jubilosamente ha interiorizado, a nuestras incansables y valientes guías en estos días: Madre María, Sor Consuelo, sobre todo, pero también a todas y a cada una de las moradoras de la gloriosa Casa Madre; sus desvelos, su esfuerzo, su disponibilidad y cálida acogida que nos han permitido sentir y renovar nuestro más hermoso nombre y ser  de «Siervas de María». Tenemos que decirte, Madre Soledad, que tus seguidoras y guardianas de tan especial lugar, son fieles, celosas y encarnan tu figura, tu persona y perfil, con envidiable fidelidad. Tu mensaje se oye, se palpa, se transmite a las nuevas generaciones, poquitas es verdad…pero a la perfección. Puedes vivir tranquila, están atentas, felices, convencidas y como tú, son audaces, emprendedoras, intrépidas y fecundas en su vida consagrada y ministerial.

ROMA: 27 Mayo a 6 Junio

Con pena y nostalgia, pero con encendido brío y grandes expectativas, dejábamos Madrid el 27 y volábamos para la ciudad eterna, la ansiada Roma, donde tocaba seguir la peregrinación comenzada. La verdad es que había que  levantar vuelo…y ciertamente se toca un poco el cielo. Felizmente aterrizamos sin problemas y la suerte de quien «sirve al Señor y le pertenece», nos acompañaba. Siempre alguien cariñosamente, nos espera con brazos abiertos. Esta vez toca a las que se convertirían en guías expertas y veloces: Madre Julia y Madre Inés. Con puntualidad, en el aeropuerto de Fuimicino, nos recibieron rostros felices y satisfechos. ¡Tanta suerte la nuestra que no hay quien nos gane!  

Pacientemente esperamos a las que llegaban en otros vuelos y todas juntas nos dirigimos hacia la Casa Generalicia, donde sorprendente y agradablemente nos esperaban con las puertas de para en par, nuestra querida Madre General, Alfonsa Bellido, acompañada de todo su amado Consejo, la Superiora Madre Francisca y casi toda la comunidad. Efusiva acogida y abrazos hermanos  que nos hacían sentirnos en «casa», como así lo experimentamos cada día allí vivido donde fuimos atendidas como «reinas», como hermanas en Cristo. Como siempre, este encuentro se prolonga y refuerza en la Capilla saludando y agradeciendo al Amo y a la Madre común de la Salud. 

Y, tomada posesión de nuestras tranquilas y acogedoras dependencias, un encuentro distendido con Madre General en actitud de bienvenida con sus gestos de interés por nuestra feliz y provechosa estancia en Roma, nos disponíamos a «peregrinar» por esta ciudad Santa del Vaticano recibiendo las instrucciones de programación para no perder un minuto de la intensa «ruta» marcada. De ello, se preocuparon fidelísimamente nuestras queridas Madres Julia e Inés. ¡Vaya cicerones que nos tocaron en suerte! Incansables, ágiles, gratuitas y expertas en todo trayecto y sobre todo, pacientes, atentas… Informadas al detalle de cuanto fuimos visitando.

Si Madrid nos marcó y las muchas experiencias penetraron profundamente en nuestro itinerario de vida tan «ajetreado» en plena actividad, no digamos el arranque matutino de cada día romano…El despertar siempre armónico de las 5,00, nos ponía en  marcha para la salida a las 5, 30h. con la exactitud más esmerada del mundo. Y, caminantes en marcha, salíamos hacia esas majestuosas Basílicas de la cristiandad, donde todo invita a la plegaria, la alabanza, la confesión más sincera y convincente de una fe que profesamos en cada altar, cada sepulcro, cada historia martirial de las que está repleto aquel bendito suelo romano.

La Plaza de San Pedro, el Vaticano, fueron puntos confluyentes de especial atracción donde esperábamos ver reverente y  filialmente al mismísimo Vicario de Cristo para confirmar aún más nuestra catolicidad universal en gratitud manifiesta y festiva; casi de rodillas, queríamos  recibir la firmeza y confirmación de nuestra adhesión a su mensaje y persona. Dos miércoles en los que no resistimos participar  gozosamente y tranquilamente en sus audiencias. Unidas al júbilo y bullicio de verdaderas mareas creyentes, entre cantos y vítores esperábamos nuestro turno, intentando alcanzar la mano, o al menos la mirada, del Papa Francisco en esos sus paseos veloces y reposados al mismo tiempo. Y sí, lo conseguimos; su mirada, su sonrisa y gestos elevaron y afianzaron nuestra alegre fidelidad y perseverancia.

Por si fuera poco, la ciudad de Asís entró en nuestra ruta de peregrinas. Fue como un respirar tranquilo en el camino diario. Todo el panorama del viaje despertaba el espíritu del seráfico San Francisco: «hermano sol, hermana luna, hermana naturaleza…» Sin más, brotaban el canto, la alabanza, el silencio y la contemplación. Jornada intensa en la que todos los lugares transmitían la sencillez y hermosura de lo creado.

Sinceramente, no cabe describir la grandeza, la belleza, el misterio que envuelve aquella Roma pagana de hace siglos, convertida en la «ciudad eterna de la cristiandad». Siempre seremos deudoras de este «regalo, don, privilegio» concedido por nuestra Congregación para reconocer y celebrar la trayectoria que desde hace 50 años, ha sido vivida en la mayor fidelidad posible de la bienaventuranza evangélica: «Estuve enfermo y me visitásteis».

Quiero hacerme eco de todas, de cada una, de las que por gracia pudieron gozar de esta hermosa y única experiencia, y de las que por diversos motivos no lo pudieron disfrutar al vivo pero se sienten igualmente felices, agradecidas y comprometidas. En nombre de todas, y desde la mayor lealtad, queda aquí un compromiso de seguir viviendo: el pasado con Gratitud, el presente con Pasión, el futuro con Esperanza. Y no cabe poner fin a esta tan rica y extraordinaria oportunidad, si no es con la frase de Santa María Soledad:

¡Alabemos al Señor, bendigámosle por todo!  

  

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