I.- Nace la Violeta
Nos encontramos en Madrid; día 2 de diciembre de 1826, en la calle de la”Flor Baja”…(que también existe, al lado opuesto –con entrada por la actual Gran Vía-, la calle de la “Flor Alta”); pero no, la nuestra es la “Flor Baja”, sí, bajita… era una Violeta, que perfumaría a Madrid, , con humildad, en silencio, con el perfume de su caridad.
¡Manuel! ¡Manuel! Ha nacido nuestro segundo hijo, dijo Antonia.
¡Ah! es una niña, y ¡qué bonita es!
La llamaremos como tú, Manuela…
La Parroquia de San Martín recibe el día 4 de diciembre, bien engalanada y con alegría, a la que va a ser su nueva feligresa. Y le pondrán tres nombres: Bibiana, por la Santa del día 2, Antonia, por la madre y Manuela por el padre, aunque predominará este último : será Manolita para toda la familia.
A Ti, Madre Soledad, dedico con amor estas violetas; son tuyas, son retazos de tu vida, que nos han llegado a través del testimonio de las Hermanas que tuvieron la dicha de convivir contigo, de compartir tus afanes de Fundadora, tus alegrías y tus penas de Madre.
A ellas les cupo la suerte de recibir de tu fuente cristalina, la irradiación de esas virtudes ocultas, pero no por eso pequeñas, ni desapercibidas: la humildad, la sencillez, la alegría…
¡ Gracias, Madre, por estas flores, por esta fragancia que llega en toda su frescura hasta nosotras, tus Hijas del siglo XXI¡
Contemplando esta imagen tuya, repartiendo ramilletes de violetas, me ha inspirado para llamarte “Violetera de Dios”.
¡Madre Soledad!, en el Madrid que te vio nacer, y en el arranque de tu mismo barrio, en la confluencia de la calle de Alcalá con la Gran Vía, Madrid levantó, no hace muchos años, un monumento a “La Violetera” (me dicen que ya la han cambiado de lugar; lástima, para mí era todo un símbolo, porque es el barrio donde naciste). Allí, aparece con su típico traje madrileño, con su cesta de violetas, y con su gesto gracioso, ofreciendo su ramito de violetas a quien pasa…
Tú eres violeta escondida, y Violetera generosa que a todas las que te contemplamos, nos ofreces el testimonio de las virtudes más agradables a Dios: la caridad, la humildad, la modestia…Tú nos dices:
“Llevad la sonrisa en los labios
y el amor a la humildad en el corazón”.
